15.8.14

Las Maldiciones del Plástico

Jurgen Schuldt
Fuente: Hildebrandt en sus trece, agosto 15, 2014, Año 5, No. 213; pp. 11 y 38.

Aunque aún no se enseña en las escuelas, el planeta alberga –cuando menos- un nuevo continente que se ha ido formando paulatina y casi imperceptiblemente en el transcurso del último siglo y, particularmente, a partir de los «Años Dorados» (1945-1973) de las economías capitalistas de mercado. A diferencia de los seis más conocidos, se trata de uno que es flotante y no está formado por tierra firme, sino por una gigantesca masa de bazofia. Los vientos la hacen girarlentamente –en la dirección de las agujas del reloj- en el Océano Pacífico, entre Hawai y California. Ocuparía una extensión equivalente al territorio peruano, según los estimados más conservadores.



Con buenas razones a esta gigantesca isla de restos de bienes duraderos, que pesarían cuatro millones de toneladas, cuatro quintas partes de las cuales son ocupadas por bolsas y botellas de plástico, ha sido bautizada como el «Octavo Continente[1]» o «Basural del Pacífico Norte».No nos sorprendería que hacia el año 2050 se hable de varios «continentes» adicionales de esa misma naturaleza artificial, como los que ya se están formando en los océanos Atlántico e Índico, a tal punto que estos islotes de basura rebasen en extensión a las de sólida tierra.

Bienes Púbicos Globales

Se trata de un problema más conocido como la «Tragedia de los Comunes» (Garrett Hardin, 1968). Esta se da cuando un recurso de propiedad común es explotado o contaminado por numerosos agentes económicos (consumidores o empresarios) que, aun cuando actúan racionalmente y en su propio interés, deterioran o destruyen un determinado recurso aparentemente inagotable. Son conocidos los casos de la contaminación de los ríos por la minería, la sobreexplotación de pastizales, la caza indiscriminada de peces y mariscos, la deforestación y, por supuesto, su uso como botadero «común».

En el largo plazo, ese proceder corto placista no beneficia a ninguno de los que así explotan o estropean los recursos comunes, en la medida en que destruyen acompasadamente las bases de su propia subsistencia. Un típico caso, en el que se mezclan el problema del polizón» con el del «descuento hiperbólico», en la terminología de la «Economía del Comportamiento».Lo que sucede es quesus actores no disponen de los incentivos necesarios (es el conocido «para reforestar los bosques, renovar los pastizales, cuidar los alevinos, rotar las tierras, respetar las vedas, limpiar los ríos, lagunas y mares.

Las consecuencias de ese proceso incontenible son lamentables y, a pesar de conocerse, es poco lo que se hace para contenerlo o revertirlo en el caso de los mares. Lo que no sólo se debe a la irresponsabilidad humana, sino al hecho que una solución definitiva requiere un acuerdo internacional, ya que el mar es un «bien público global» (véase: Kaul, Grunberg y Stern, 1999), como lo son también el aire y los grandes ríos, entre otros. Este tipo de «bienes comunes» puede definirse por la manera y extensión como pueden utilizarse: primero, porque no se puede impedir que toda persona que así lo desee los puede usufructuar (es «no excluible») y, segundo, porque –en teoría- pueden explotarse o usarse por muchos sin que el uso adicional por otra persona cueste algo (es «no rival»). Lo que se aplica a océanos, ríos y lagos, pero también al aire y a las tierras comunales y bosques naturales.

Basura Plástica

Es eso mismo lo que viene sucediendo con el mar: siendo un bien público, en las últimas décadas se viene agravando la Tragedia de los Comunes. Pueden enumerarse las desventuras a las que vienen siendo sometidos los «comunes mundiales» por las más variadas formas de contaminación. En el caso de los desperdicios plásticos, que son los que aquí nos interesan, es desde la propia fabricación de las bolsas de plástico, así como de su transporte, que contribuyen –por la emisión de CO2- al calentamiento global, tratándose de productos que insumen petróleo (polietileno) y gastan energía. Luego de su uso y disposición –que generalmente se da por una sola vez- son vertidas sin mayores contemplaciones al «común» (mares y ríos, tierras y aires).

Más graves son las consecuencias cuando terminan en el mar, donde las bolsas de plástico son confundidas con medusas y consumidas (generalmente por tortugas marinas), los mamíferos se entrampan en sus redes y, como los plásticos se deshacen con el tiempo en partículas milimétricas, los peces las confunden con alimentos. Se estima que cada año, más de un millón de aves y cien mil mamíferos, mariscos y tortugas mueren debido a la ingestión de esos restos de plástico arrojados al océano. Lo que se entiende si tenemos en cuenta que sólo los consumidores estadounidenses usan 380 billones de bolsas de plástico por año, que son 1.200 por persona. Ya que su ingesta actúa como una especie de «esponja química», concentra la mayor parte de los contaminantes tóxicos en los océanos. Los animales que consumen estos materiales, residuos derivados del petróleoque contienen aditivos tóxicos (en su mayoría, cancerígenos), ingresan a la cadena alimenticia y, por tanto, a la mesa de los hogares, si la fauna marina no muere antes.


Además, como no todos los plásticos flotan y alrededor del 70% de ellos acaban contaminando el fondo de los océanos y, por el grosor de tales «islas plásticas», el sol no puede penetrar a las profundidades del mar, las algas y el plancton –alimento básico de la fauna marina- no pueden desarrollarse, afectando la reproducción de los organismos zoológicos superiores. Para colmo, debido a la extensión el fenómeno, en el Pacífico septentrional son comunes las quejas de marinos que tropiezan con estas islas que dificultan la navegación.



Desafortunadamente estos problemas, sobre los que no existe la menor conciencia, solo parecerían poder resolverse en base a acuerdos globales coordinados por los organismos multilaterales. Pero éstos, si bien son muy ágiles para afrontar los inconvenientes relacionados con las crisis financieras (sobre todo si permiten beneficiar a la banca y acogotar a las economías del sur), dejan para las calendas griegas a los que son de cariz medioambiental. Frente a ello, como ciudadanos de alguna nación, subregión o localidad no podemos cruzarnos de brazos y dejar que se sigan alimentando las artificiales islas de podredumbre. Debemos afrontar el problema desde una perspectiva sub-planetaria, nacional o local, mientras se ponen de acuerdo todos los gobiernos. Es esa la vía que proponemos –como ya viene implementándose en otras latitudes- para el caso de la bolsas de plástico que nos entregan las casas comerciales, absolutamente «gratis», es decir cargado racionalmente su coste a los precios.

Nos ocuparemos de este asunto, aparentemente marginal, por las graves consecuencias a que lleva, como hemos visto:el de las alforjas de plástico. Si bien no se pueden prohibir completamente, ya que –en algunos casos- seguirán siendo útiles por motivos de durabilidad, comodidad o higiene, existen alternativas para reducir drásticamente las mencionadas «externalidades negativas» que genera la mayoría de estos envases de larga duración, que se degradan en un lapso que oscila entre los 200 y 1.000 años.Ciertamente, cualquier medida en su contra puede incomodarnos en algo, como consumidores y especialmente si somos parte de la cadenade fabricantes y distribuidores de ese innegablemente gran invento.

Alternativas de solución

Por lo antedicho, son cada vez los gobiernos nacionales o locales que están intentando afrontar el desafío que ejercen sobre el medio ambiente, con buenos resultados y también hay algunos tímidos intentos por hacerlo en el país. Para comenzar: toda bolsa debería ser biodegradable, las que se deshacen en la nada después de 60 o 90 días de botarse. Algunas tiendas ya lo hacen en el país sin coste alguno, supuestamente en nombre de la «responsabilidad social de las empresas». Como lo mencionáramos, sin embargo, tienen el defecto que –como los demás empaques plásticos- su producción y transporte requiere de petróleo (polietileno y gasolina, respectivamente), conlo que contribuyen al desperdicio de hidrocarburos y –por la emisión de CO2- al calentamiento global.

También tiene alguna utilidad el reciclaje, como ya se hace en el país a escala mínima, cuando las personas se acostumbren a depositar las bolsas utilizadas en contenedores disponibles en tiendas, escuelas, universidades, parques y oficinas públicas.

Otra posibilidad consistiría en comenzar con lo más sencillo.¿No sería interesante que muchos jóvenes (digamos, universitarios) llegasen –es un decir- a Wong o Vivanda con sus bolsas biodegradables ya usadas en una oportunidad. Sí, con esas cinco (lo que es muy común) bolsitas en las que les entregaron sus compras y que contenían –cada una- un dentífrico plastificado, una caja de chocolates envuelta en plástico, una bolsa de papel con pan francés, un cartón de cigarros plastificados y una botella de vino con tapa de plástico. Realizadas sus nuevas compras, se las entregarían a la cajera para que las llene. ¿Molestaría a alguien?¿Y qué pasaría, aunque ya es mucho pedir, si la tienda les pagara o redujera su cuenta en 20 centavos por cada bolsa usada que usted les trajera y para que se la lleve de nuevo con sus nuevas compras?

Otra posibilidad es cobrar por las bolsas de plástico que los comercios obsequian actualmente a sus clientes. Quizás reduciría en algo su utilización, sea por el uso reiterado de bolsas obtenidas en compras anteriores, sea por la alternativa que propondremos a continuación.

Pasemos pues a las propuestas algo más serias, duraderas y con «externalidades positivas», todas las que van en otra dirección: la de la sustitución de las empaquetaduras de plástico, incluidas las biodegradables de un solo uso. Se trataría de usar las canastas –como en los viejos tiempos- de lo más variadas: de yute, de paja blanca, hoja de palma, chala,cáñamo,mimbre, de almidón de papa, etc. Por añadidura, tampoco hay que desechar la posibilidad de utilizar maletines de cuero, cestos, mochilas o bolsas cocidas de polos descartados o de tela producidas de algodón crudo o lana de oveja, que son lavables y que tienen costuras sólidas para poderse utilizar múltiplesveces. Si bien cuestan bastante más que las bolsas regaladas, una evaluación de sus costos sociales y a «precios sombra» (¿aprobó usted su curso de «Evaluación Social de Proyectos»?) las harían más baratas a la larga. Es esta alternativa la que viene propagándose en los países medioambientalmente más conscientes y que habría que ir publicitando en el país.Como es evidente, requiere una ardua labor de convencimiento del consumidor, así como de los responsables de centros comerciales, para asumir una mayor responsabilidad con el medio ambiente, lo que a la larga le brindará un mayor bienestar (y a sus nietos) que la espuria comodidad de recibir gratis bolsas de uso único.

Beneficios de las bolsas orgánicas

Las ventajas de esta opción están a la mano e incluso pueden ser aprovechadas como sustento para justificar y servir de guía para la transformación productiva y de los patrones de consumo que tanto requiere el país, parte de lo cual figura en el «Plan Nacional de Diversificación Productiva».El eslogan que debería encabezar tal propósito lo ha expresado muy bien Aldo Ferrer (2002): «Aprender a Vivir con lo Nuestro». Repasemos algunos de los beneficiosque ofrecerían tales bolsas orgánicas,en contraste con las más «modernas» de plástico. A pesar de tratarse de un micro-ejemplo ofrece pautas de evaluación de alcance bastante mayor.

Primero: son intensivas en el uso de fuerza de trabajo, sin requerir prácticamente equipos de capital. Segundo: se aprovecharía y revaloraría el marginado trabajo artesanal de l@s tejedor@s que abundan en el país y que son desaprovechad@s, cobrando miserias por su labor de filigrana. Tercero: para su producción se utilizaría insumos orgánicos (palma, caña, papa, lanas, etc.), que producen los campesinos de nuestras multifacéticas regiones geográficas,diversificando los cultivos y aumentando la productividad agropecuaria. Cuarto: Puede dar lugar a muchos y variados encadenamientos productivos e, incluso, a la formación de pequeñas y medianas empresas cooperativas o autogestionarias. Quinto: aumentaría el ingreso de miles de campesinos y artesanos tejedores (en su mayoría muy pobres), que podrían ahorrar para cubrir sus necesidades de alimentación, vivienda, educación y salud.

Sexto: le ahorraría energía (gas, petróleo) al país. Sétimo: evitaría la excesiva emisión de CO2, reduciría el desperdicio de recursos no renovables, la acumulación de basura y se degrada sin problemas al botarlas, con lo que también se reduciría el calentamiento global y no se destruirían los ecosistemas. Octavo: despertaría en parte de la ciudadanía la necesaria responsabilidad que deberían tener para con el medio ambiente y, por tanto, de su comportamiento consumista perverso.Noveno: comenzaríamos a valorar nuestra fuerza de trabajo y nuestros productos autóctonos, en vez de embelesarnos por lo estadounidense (comenzando por las franquicias de comida chatarra) o la basura china (que dura menos días que los soles que nos cuesta).

Finalmente, sería un buen punto de partida para que la ciudadanía evalúe más seriamente la selección de lo que compra y el costo de los desperdicios en general y de los envases de plástico de toda índole en particular, tales como vasos y botellas, collares y peines, juguetes y flores, sillas y mesas, camisas y casacas, etc. No sorprende, por tanto, que las industrias del plástico consuman el 8% del petróleo consumido a nivel mundial y, aunque de gustos y colores no han escrito los autores, no son precisamente estéticos. Pero son baratos y así han desplazado de los mercados materiales más nobles, renovables y que no son tóxicos, como la madera, las lanas, el cuero, la paja, el tocuyo, el vidrio, la arcilla, etc.

Nota: véase el siguiente artículo reciente sobre este tema:

http://www.theguardian.com/environment/2014/dec/10/full-scale-plastic-worlds-oceans-revealed-first-time-pollution



[1]  Se añadiría así, imaginariamente, uno adicional a los 7 actualmente considerados «continentes» (que abarcan el 29% del globo terráqueo): las dos Américas, Antártida, Europa, Asia, África y Australia. Hace 50 años, en las escuelas nos enseñaban que solo eran cinco, considerando América como un todo y sin tomar en cuenta la Antártida.

Textos mencionados:

FERRER, Aldo (2002), Vivir con lo Nuestro – Nosotros y la Globalización. México, D.F.: Fondo de Cultura Económica.

HARDIN, Garett (1968).        «The Tragedy of Commons», en Science, vol. 162; pp. 1243-1248 (http://www.geo.mtu.edu/~asmayer/rural_sustain/governance/Hardin%201968.pdf).


KAUL, Inge, GRUNBERG, Isabelle y Marc A. STERN, editores (1999).         Bienes Públicos Mundiales. Cooperación Internacional en el siglo XXI (Sinopsis). Nueva York y Oxford: Oxford UniversityPress - Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (http://web.undp.org/globalpublicgoods/Spanish/Spsum.pdf).

1 comentario:

  1. La contaminación del planeta es obra del gran destructor, el ser humano. Aunque creo que el anuncio de la isla con un tamaño similar al territorio peruano me parece una exageración, pues la he tratado de ubicar por Google Earth y no he visto nada, aunque el impacto de la noticia si es claro, crear conciencia en la opinión pública pero lo único que nos queda es un sin sabor, un estado de impotencia.
    Ponernos todos de acuerdo para no comprar productos envasados en plástico y empezar a ir al mercado tradicional a comprar nuestras verduras en bolsas de tela (lavable y re utilizable) mucha chamba hoy existen los supermercados con sus productos seleccionados, buen ambiente, bien pesado y bien envasado con bolsas plásticas que nos sirven para echar la basura de la casa, nos hemos vuelto comodones para estas cosas. Es una utopía cambiar las reglas del mundo moderno desde las masas que cada día quiere hacer menos.

    Son a las grandes corporaciones los grandes contaminantes del planeta y a quienes se les tiene que combatir y esto solo puede realizarse a través de las cabezas. Son las autoridades de cada país los llamados fijar normas claras y estrictas que eviten la producción interna y el ingreso al país de productos contaminantes o envueltos con este tipo de materiales cueste lo que cueste. Si se trata del plástico, imposible de suprimirlo totalmente. Por ejemplo en los vehículos, aquí se podría establecer tiempos de vida útil por ejemplo 10 años para los componentes plásticos de un auto y si alguien se quiere deshacer de este en menos tiempo tendrá que guardarlo en su casa si el vehículo es inutilizado por un siniestro que lo dejare en pérdida total. Y si lo quieren vender a los 5 años de uso el siguiente propietario sabrá que solo le queda 5 años de vida a ese producto . Pero...BOLSAS PLASTICAS, botellas plásticas,envolturas del mismo material, etc, etc. deben ser prohibidas totalmente. No ingresa un producto más ni se autoriza la producción de algo que no garantice un tiempo considerable de acuerdo al impacto ambiental que este genera.
    Hoy en día se restringe el ingreso de ciertos juguetes de plástico chinos por ser considerados contaminantes (plástico y tinte) cuando es el mismo plástico el gran contaminante sea este chino, Alemán o EEUU.
    Para esto, son los gobiernos si es que alguien se anima y tiene los suficientes pantalones los llamados a realizar los grandes cambios que determinarán el futuro del planeta pero para esto hay que ser muy firmes ante la presión interna y externa...... Aunque pensándolo bien esto también es una gran utopía porque hay un contaminante aún mayor en el mundo y este es la CORRUPCIÓN.

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